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Little Big Horn: Los indios como los eternos perdedores

  • Foto del escritor: Estela Verdejo
    Estela Verdejo
  • 19 may
  • 5 Min. de lectura
Litografía de la batalla de Little Big Horn, con el general Custer de protagonista, elaborada en 1878. Hecha por Henry Steinegger
Litografía de la batalla de Little Big Horn, con el general Custer de protagonista, elaborada en 1878. Hecha por Henry Steinegger

Durante el siglo XIX la expansión de la frontera norteamericana había encontrado un obstáculo en forma de las diferentes sociedades y grupos amerindios que poblaban el continente americano; estos suponían un problema para los colonos blancos que llegaban a los territorios fronterizos incentivados por una serie de políticas estatales y buscaban asentarse, ya que estas tierras no estaban “vacías”, sino que eran el territorio en el que los pueblos amerindios desarrollaban sus diversos modos de vida. La mentalidad estadounidense de la época, eminentemente capitalista, no parecía capaz de comprender que la relación de los pueblos nativo americanos con la tierra no era una de explotación como sucedía bajo su propio sistema, es por esto que, a ojos de los colonos, los nativos americanos no “explotaban” su tierra, no extraian toda la rentabilidad que ellos sí podrían extraer. 


El resultado de este proceso imperialista de la colonización del oeste se realizó a expensas de los nativos americanos, el gran enemigo dentro de esa frontera en continuo movimiento que fue el siglo XIX para Estados Unidos. Por esto los indios fueron víctimas de crímenes tales como masacres y desplazamientos forzados a reservas estatales en lo que se trató de un auténtico exterminio, o un genocidio, dependiendo de si consideramos o no que un apelativo de tal calibre es aplicable en este caso. Ahora bien, podemos matanzas ampliamente conocidas, como las de Sand Creek o Wounded Knee, donde murieron numerosos civiles; también otras menos sonadas como la masacre de Skeleton Cave, en 1872, cuando tropas estadounidenses aliadas con scouts indios asesinaron a 76 indios yavapai. El uso del lenguaje fue también crucial para sostener estos episodios a ojos de los estadounidenses, no como matanzas sino como “batallas”, enfrentamientos, palabra tramposa en este contexto pues predispone a considerar a las masacres como una lucha justa, donde el perdedor, si bien había sido asesinado, habia muerto bajo una condición de combatiente, no de civil. 


Es bien sabido por todos que los amerindios perdieron, fueron sometidos por Estados Unidos, diezmados y separados de sus tierras y modos de vida tradicionales. A estas pérdidas se le sumaron, durante buena parte del siglo XX, el ser representados en la ficción como bárbaros violentos, despojados además de una identidad propia, pues estos autores blancos presentaban a la gran mayoría de indios bajo una mezcolanza de símbolos y características de diferentes grupos, como los tipis o los tocados de plumas, que se han usado indistintamente para representar a estas sociedades en la ficción hasta el punto que, a día de hoy, cuando pensamos en indios americanos se nos vienen a la cabeza ese tipo de imágenes estereotipadas, pese a que muchos de estos elementos sólo estuviesen presentes en una serie de grupos. La imagen, sin embargo, representa algo distinto, representa una victoria, quizá la más conocida por parte de los amerindios: La batalla de Little Big Horn.


Es necesario comentar los antecedentes que desembocaron en la guerra de Black Hills y en la propia batalla. Las Grandes Llanuras eran el hogar de numerosos pueblos indígenas que sobrevivian gracias a actividades comunales como la caza de búfalos, o bisontes americanos; la llegada de colonos a estos territorios alteró drásticamente la vida de estas comunidades, que, si bien no puede decirse que fueran pacíficas, ya que habían existido combates y escaramuzas entre diferentes grupos, la irrupción de los blancos supuso una alteración muy drástica del medio ambiente que puede verse en, por ejemplo, la enorme reducción del número de bisontes americanos, esenciales no ya sólo para la dieta de estos sino para multitud de otros aspectos, como la fabricación de herramientas y objetos de hueso, el uso de pieles para las vestiduras, etc. Con el descubrimiento de oro en California y el fenómeno, o psicosis, colectivo que fué la Gran Fiebre del Oro en la década de 1840 y 1850 los territorios de las Grandes Llanuras se convirtieron en un lugar de paso para colonos y buscadores de oro. Años después, en la década de 1960, el oro descubierto en Bannack, en la zona de Montana, fue otro incentivo para la llegada de colonos, sin embargo por esta zona discurrir el río Powder, que constituia uno de los últimos territorios vírgenes para sioux-lakota y cheyenne. El conflicto acabó estallando en lo que se conoció como la guerra de Nube Roja, y acabó con la firma del tratado de Fort Laramie en 1868 y la creación de la Gran Reserva Sioux, así como la designación de este territorio del río Powder como territorio aborigen.


Sin embargo los estadounidenses no tardaron en romper este tratado cuando el descubrimiento de más oro tras la Gran Depresión de 1873 hizo peligrar al territorio de las Black Hills, donde los Sioux habían establecido su centro cultural. En este contexto se alzaron dos jefes indios que aunaron a cheyenne, sioux y arapaho. Estos fueron Crazy Horse, de los sioux-oglala, y Sitting Bull, de los sioux-hunkpapa. En general Crook, que había recibido órdenes de someter a los indios rebeldes, destruyó el campamento de Crazy Horse, culminando las tensiones en la famosa batalla, Little Big Horn, donde la victoria india fue aplastante.


Una victoria, si, y tambien un ocaso; lo cierto es que el triunfo de cheyennes, sioux y arapahos sobre el Séptimo de caballería del infame teniente coronel George Armstrong Custer a la larga no valió de mucho, sus ecos han llegado hasta nuestros días, de eso no hay duda, pero la relevancia del hecho no es tanto material como simbólica. Los sioux acabaron integrados en el sistema de reservas, sometidos y los grandes jefes de esta guerra, Crazy Horse y Sitting Bull, acabaron rindiéndose años después. Este periodo de enfrentamientos y mal llamadas “batallas” que en realidad se trataron de masacres fueron decisivos para construir esa imagen del indio como bárbaro, un obstáculo en el progreso que quedó representado en el cine western del siglo posterior, basado tanto en prejuicios populares como en la herencia de una historiografía eminentemente racista en la que el darwinismo social tenía mucha fuerza. Los indios fueron demonizados entonces, una forma de justificar las atrocidades cometidas, si el rival es un peligro entonces su exterminio es entendible, incluso deseable. Custer, en una línea diferente, fue glorificado, pese a que su incapacidad para elaborar una estrategia militar eficiente llevó a la aniquilación al Séptimo de caballería. Eso es lo que podemos ver en la litografía, un Custer al que han derribado del caballo pero no por ello está derrotado, que se enfrenta a los indios en lo que a todas luces es un combate perdido, pero no por ello Custer muestra miedo o cobardía, sino que aguanta con bravura hasta su inevitable muerte. Resulta curiosamente adecuado que, cuando pasó suficiente tiempo y el western revisionista comenzó a contar, de forma generalizada, otro tipo de historias donde el indio se veía de forma más positiva, o como un “noble salvaje” romantizado, Custer sería abiertamente ridiculizado en una de las películas más icónicas de esta etapa y que se ha considerado el inicio formal de esta: Little Big Man (1970)



Bibliografía empleada:


Brown, Dee. Enterrad mi corazón en Wounded Knee. Traducido por Carlos Sánchez Rodrigo. Madrid: Turner Libros, 2012.


Madueño Álvarez, Miguel. “Colonialismo, genocidio y reeducación como elementos de la guerra irregular en la conquista del Oeste Norteamericano”. Revista Universitaria de Historia Militar 11, n.o 23 (2022): 40-61.


Parra González, Javier. “No somos pieles rojas. Los sioux en la Historia y el Cine”. Trabajo Final de Grado. Universidad de Barcelona: 2014. https://diposit.ub.edu/dspace/handle/2445/66474.


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